sábado, 17 de octubre de 2009

¡¡TANTO TRABAJAR Y NO TENGO NAA…!!


¿Cuál es la esperanza que estamos viviendo?

Hoy día en una sociedad en que, “no el que más trabaje, más dinero tiene”, sino aquel que sepa mover fichas (como se dice vulgarmente) en partidos políticos, empresas, e incluso hacen uso de sobornos para alcanzar algún puesto importante…, es de lo más común en Colombia. Ya se podría ir dejando ver nuestra moral social como esta por el piso, e incluso más importante la moralidad del ser humano. Toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral.

Es lastimoso ver que la pobreza cada vez mas afecta a la gran parte de los colombianos, y el resto ni nos interesamos en lo mas mínimo por dar soluciones o aportar métodos que incluso nos ayuden a el mejoramiento de la calidad de vida de tantas personas.

Ya que como eso no me afecta en mi desarrollo como “persona” (supuestamente), o en mi trabajo miramos a los pobres como… si ese hubiera sido el destino que les hubiera tocado…

Simplemente lo que hacemos, muchas veces, es dar “moneditas” a aquellos que vienen a solicitarnos ayuda, no pensando que esta persona más que una monedita necesita de que la escuchen, que la ayuden y que la oriente hacia un desarrollo de sus capacidades, estamos siendo personas de carácter minimalista, que damos lo mínimo que creemos que esta persona necesita de nosotros, y nos olvidamos de que la caridad sin Dios, como dice el Papa Benedicto en su encíclica,

La caridad sin verdad se puede se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales. De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios.

Nos quedamos patinando en la situación de pensar que la otra persona, por verlo de un aspecto poco digno… es un pobre, un drogadicto, un indigente… que él solo puede salir… en fin, tantas connotaciones que podemos insinuar con el pensamiento.

Y no debemos considerar a los pobres como un ‘fardo’, sino como una riqueza incluso desde el punto de vista estrictamente económico.

Nosotros como empresarios modernos de nuestra propia vida debemos partir y plantearnos metas, “el que no sabe para donde va, nunca llega” , respecto a esta afirmación que nos hace un emprendedor paisa de 91 anos, podemos deslumbrar la falta de capacidad, de nosotros seres humanos, de pensar. ¡Sí!, de pensar solo en aquello que nos conviene y nos da los suficientes ingresos económicos para lanzar al mercado un proyecto, ya que en lo único que tenemos puesta nuestra mirada es en el dinero y no en un progreso integral como nos lo relata nuestro Papa en su encíclica…

“No basta progresar solo desde el punto de vista económico y tecnológico. El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e integral. El salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre”

Los ejecutivos piden y forman empresarios con visiones, misiones y estrategias. Pero se les ha olvidado de la formación moral de cada persona que está en frente de las empresas, y dejan una pregunta totalmente de lado… ¿Cuál es nuestro fin? Esta pregunta debe darnos una razón más profunda del sentido de nuestra empresa, a esto nos hace referencia la Doctrina Social de la Iglesia y el Papa en su encíclica, a vivir cada vez más en la verdad, identificar una razón de nuestra existencia distinta al dinero.

Pero, ¡ay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios! Esto es lo que había que practicar aunque sin omitir aquello .

Y es el mismo Señor quien nos exhorta, en este pasaje evangélico, a vivir la caridad sin apartarnos del amor de Dios, ya que si nos apartamos de Él, llegaremos a ser simplemente unos funcionarios de la filantropía, fríos, sin ideales, en donde solo importan los resultados.

Debido a esta situación, el mundo globalizado de hoy está pidiendo verdaderos valientes que sean capaces de arriesgarse en una aventura con la Verdad, con Cristo, en la verdadera caridad…

Por esto, me remito a retomar cuatro ideas principales que nos da el destacado profesor de Harvard, Mourkogiannis, para establecer un propósito moral bien definido:

1. Afán por descubrir: Deseo de innovar y aportar al mundo. Innovar en nuestras pastorales, catequesis, grupos juveniles, reflexiones, homilías… esto, solo nos lo inspirara el Espíritu Santo, ya que es Él, el que se encarga de hacer nuevas todas las cosas.

2. Propósito de la excelencia: Emprendedores que se levanten todos los días con ganas de construir lo mejor. Renovando todos los días nuestro “FIAT” al Señor a la vocación que hemos sido llamados… ¡a la Santidad!

3. Altruismo: Pasión obsesiva por atender a sus clientes (las almas), dispuesto a hacerlos discípulos y misioneros de Cristo y llevarlos al encuentro con Cristo vivo y resucitado en la Eucaristía, iniciándolo en una continua conversión a Dios por medio de las manos maternales de la Santísima Virgen María.

4. Heroísmo: Personas que sean capaces de decir ¡Voy a cambiar el mundo!, recordando que es Dios quien nos da la gracia y la fuerza para ir en contra de muchas doctrinas que han contaminado el alma del ser humano.

Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio .

Estas ideas nos dan una visión más amplia a cada uno de nosotros de las disciplinas que debemos manejar muy bien para proyectarnos y establecer nuestras metas, además para aplicarlas en todo momento como nos dice san Pablo en su segunda carta a Timoteo… Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina .

Seamos pues, unos portadores de la Palabra, y así de esta manera incremente nuestro celo apostólico por las almas que el Buen Dios nos ha encomendado. Y como nos decía el Padre John Freddy Giraldo en una Eucaristía, “si no ardemos de amor en la Iglesia, el mundo corre el riesgo de morir con frio”.



Juan Alberto Giraldo Aristizábal

Propedéutico



LA VIDA FRATERNA EN COMUNIDAD




Este documento que nos presenta el Papa Juan Pablo II, el 15 de Enero de 1994, a todas las comunidades religiosas y sociedades de vida apostólica, es un gran tesoro que debemos ir descubriendo a medida que se va conviviendo.

Las comunidades que han surgido a lo largo del tiempo en la Iglesia, “No han nacido del deseo de la carne o de la sangre, ni de simpatías personales o de motivos humanos, sino de Dios” (Jn 1,13), de una vocación divina.

La comunidad no es un simple grupo en donde los que la integran buscan la perfección personal, sino que buscan entre ellos mismos crear relaciones estrechas de participación y testimonio de la Iglesia. Por eso los que desean ingresar a una comunidad religiosa deben sentirse llamados mediante una gracia especial a una vocación particular.

La vida fraterna es un Don de Dios donde se llega a ser hermanos con una misión específica, la de servirle al Señor con alegría, pero cabe recordar que esto no se logra de la noche a la mañana. La fraternidad que se da en las comunidades existe en la Iglesia, gracias al Espíritu Santo, El es el que se encarga de darle significado, de enriquecerla y hacerla más apta para cumplir la misión específica que el Señor le ha encomendado.

La misión que se da mediante el apostolado de las comunidades, es la de llevar a los hombres a la unión con Dios y a la unidad entre sí, mediante la caridad divina, dando igualmente un testimonio de amor y fraternidad, constituyéndolo principio y fin esencial para la evangelización.

Podríamos partir hoy día de las sociedades contemporáneas, en donde se ha olvidado la palabra “Todos”, todo por culpa del materialismo que ha sido el causante de que pensemos actualmente en un individualismo, que nos lleva hasta una indiferencia del hermano, debilitando así los vínculos comunitarios. En la cultura socio-económica se ha desvelado este mal en la competencia mediante guerras de precios de los bienes y servicios que se le ofrecen al mundo, todo esta ideología introducida “gracias” a los medios de comunicación, que sirven solo para distraernos del centro de la vida que es el mismo creador, Jesucristo que se da a través de la Eucaristía. Todas estas problemáticas que han surgido últimamente en la sociedad nos están llevando, más que a una crisis económica, es a una crisis de sentido, de identidad. El sentido es lo que da unidad en una comunidad, ya que es el mismo Jesús quien nos revela la vida íntima de Dios en su misterio, la comunión trinitaria. No es en vano la exhortación que nos hace nuestro actual Papa Benedicto XVI ante la actual sociedad dividida y con tantas indiferencias: ¡Solo de la Eucaristía brotará la civilización (comunidad) del amor que transformara el mundo!, haciendo visible la comunicación, la fraternidad, la caridad y ante todo la esperanza.

Nunca y ningún ser humano podrá realizarse en soledad, ya que el mismo Señor Jesucristo ha dicho mediante una sentencia: “No es bueno que el hombre este solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18). Mediante esta afirmación que nos hace Dios hoy a nosotros, vemos la gran necesidad de que nos relacionemos más con las personas cada día, y así de esta manera crezcamos cada vez más en valores humanos y fundamentales que son propios del hombre.

Si alguna persona es incapaz de llevar una vida comunitaria, estará incapacitado para vivir una vocación específica.

Es por esta razón que la comunidad es una parte fundamental del ser humano, en la cual se desenvuelve y se desarrolla el conocimiento hacia sí mismo y hacia los demás. Este conocimiento se da mediante un proceso y una madurez de las propias dimensiones en las que se mueve, que son cuatro para el ser humano: físicamente, intelectualmente, socialmente y espiritualmente. Madurando la relación conmigo mismo y con la comunidad puedo ir descubriendo mi identidad.

Munier decía del ser humano: “La existencia del hombre es una coexistencia”, esto quiere decir que nadie existe, si no existe con los demás. Vemos como un filósofo también nos da ciertas bases para creer que sin el otro no hago nada.

Podríamos seguir profundizando esta relación que se da en una comunidad, y es que para que haya comunidad, debe haber algo que es también muy importante: comunicación.

Aristóteles, pensador de la antigua filosofía griega, uno de los más grandes y reconocidos filósofos, definió al hombre como un “animal que piensa”. Y lo que lo hace superior a todos los otros animales es el poder de comunicación. El lenguaje le da la posibilidad de crear un mundo nuevo. Al principio de la vida, el niño empieza a conocer por el tacto, luego la vista y por ultimo “la palabra”. Esta es como una vista pero con posibilidades más grandes, ya que me transporta al pasado, al futuro, a lugares. Definitivamente la palabra traspasa límites geográficos y de tiempo.

Si el hombre no se comunica se queda en una limitación física. Gracias a la comunicación del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es que nosotros tenemos vida y vida en abundancia. Vemos que la comunicación es medio de salvación de los hombres. Todo esto se hace buscando una comunión, pero si esta comunión no se le suman estas palabras: comunicación y comunidad, todo queda en una simple palabrería, ya que, o se dan las tres o no se da ninguna.

Esta es la más alta vocación del hombre: entrar en comunión con Dios y con los otros hombres, sus hermanos. La contemplación es el testimonio de una vocación especial que solo Dios llama a que le sirvan en la oración y en el silencio. Esta vocación se convierte en una fuerza liberadora de toda forma de egoísmo.

El don de la comunión proviene de llegar a ser hermanos y hermanas en una determinada comunidad en la que han sido llamados a vivir juntos. Aceptando con admiración y gratitud la realidad de la comunión divina.

La oración en común siempre se ha considerado, en las comunidades, base de toda vida comunitaria; siendo muy vigilantes y orantes toman tiempo para cuidar la calidad de su vida. La oración en común alcanza toda su eficacia cuando está íntimamente unida a la oración personal. Esto puede lograrse a través de los sacramentos y la lectio divina, llegando así a lugares privilegiados donde se experimentan los caminos que conducen a Dios, lugares donde se ha de poder alcanzar especialmente la experiencia de Dios y comunicársela a los demás.

La comunidad no se improvisa, debemos tomar consciencia de esto, porque no es algo espontáneo ni una realización que exija poco tiempo. La comunidad dentro de la Iglesia es un camino de liberación, ya que está constituida por personas que Cristo ha liberado, hechas capaces de amar como Él.

La persona que decide entrar a formar parte de una comunidad, el Señor le da dos certezas fundamentales: la de ser amada infinitamente y la de poder amar sin límites.

La comunidad sin mística no tiene alma, pero sin ascesis no tiene cuerpo. Debe haber una compenetración entre el don de Dios y el compromiso personal para construir una comunión encarnada, es decir, para dar carne y concreción a la gracia y al don de la comunión fraterna. Esta vida compartida ejerce un natural encanto sobre los jóvenes, pero perseverar después en las reales condiciones de vida se puede convertir en una carga pesada. Mientras la sociedad alaga y aplaude a la persona independiente, que sabe realizarse por sí misma, al individualista seguro de sí, el Evangelio requiere personas que, como el grano de trigo, sepan morir a sí mismas para que renazca la vida fraterna.

Una fraternidad sin alegría es una fraternidad que se apaga, muy pronto sus miembros se verán tentados en buscar en otra parte lo que no pueden encontrar en sus casas. Una fraternidad donde abunda la alegría es un verdadero don de lo Alto. Es muy importante cultivar esta alegría en la comunidad, ya que el exceso de trabajo la puede apagar, el celo exagerado por algunas causas la puede hacer olvidar. Es importante gozar con las alegrías del hermano, ya que esto alimenta la serenidad, la paz y la alegría, y se convierte en fuerza apostólica.

“Alegres en la esperanza, fuertes en la tribulación, perseverantes en la oración” (Rm 12, 12).



Toda vida cristiana quedaría deformada si no se lleva a la práctica del amor fraterno. La prueba decisiva de nuestro seguimiento de Jesús y de que vivimos según el Espíritu, es que amamos a nuestros hermanos (1Jn 2, 7- 11; 4, 7 – 16).

El prójimo es fuente de experiencia espiritual, no sólo porque es la mejor verificación de que vivimos según el Espíritu de Jesús, sino también, y sobre todo, porque él es un lugar privilegiado de nuestro encuentro vivo con una experiencia de Dios. Al amar al prójimo amamos a Dios, y nuestra entrega y servicio al prójimo por un “amor mayor” funda una auténtica experiencia espiritual y comunitaria.

Desde que Dios se reveló como Padre de todos los hombres, y Jesús se identificó con cada uno de nuestros hermanos y hermanas (Mt 25, 40), mi prójimo, el que está a mi lado, con el que camino, es para mí como un sacramento de Dios, un regalo infinitamente lleno del corazón Trinitario. En el rostro de mi hermano encuentro el rostro de Jesús, del que sufre, del que camina a mi lado, del que el Buen Dios, Padre, amigo y hermano, me ha concedido compartir y llevar mi vida de formación. Es ahí donde encuentro el rostro de Jesús de manera privilegiada.

El amor al hermano es efecto y fuente de comunidad verdadera, comunidad cristiana donde su fundamento y fin último es el hacerlo todo por Él, para Él y en ÉL. No podemos olvidar que si fuimos llamados a vivir en la gran familia de los Hijos de Dios, bajo la maternidad de la Iglesia Universal que fue fundada desde los primeros discípulos en un ambiente de amor y corrección, bajo la influencia del Espíritu Santo que todo lo hace Nuevo.



Juan Alberto Giraldo Aristizábal

Propedéutico




sábado, 10 de octubre de 2009

PORPEDÉUTICO 2009

Este es un curso que se da a los alumnos que entran en su primer año de seminario, ayuda mucho al discernimiento vocacional, ayudando al fortalecimiento en la fe y la formacion.

Ver blog del grupo Propedéutico

sábado, 3 de octubre de 2009

DISCÍPULOS Y MISIONEROS SEGÚN APARECIDA

SINTESIS DEL DOCUMENTO DE APARECIDA


“Pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros…” (Hch 15, 28), el documento ha sido desarrollado en tres partes de carácter fundamental:

1. LA VIDA DE NUESTROS PUEBLOS HOY

2. LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCIPULOS MISIONEROS

3. LA VIDA DE JESUCRISTO PARA NUESTROS PUEBLOS

La primera parte nos invita a situarnos en el contexto de una realidad un poco desalentadora por tantas situaciones en las que vivimos actualmente, aunque esperanzadora, y que nos interpela como discípulos y misioneros. No por esto debemos desanimarnos en el peregrinar de este mundo, sino más bien ser sal de la tierra y luz del mundo, sirviéndole al Señor con alegría y entusiasmo frente a este mundo atemorizado por el futuro, y agobiado por la violencia y el odio. Que todos nosotros seamos los encargados de transmitir esa alegría que produce del encuentro con Jesucristo vivo y resucitado a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades. Ser conscientes y crear conciencia de que ser cristiano no es una carga sino un don.

Nos pone en contexto con las situaciones actuales que viven nuestros pueblos a nivel sociocultural, económico, socio-político, ecológico y de biodiversidad, incluyendo los pueblos indígenas y afroamericanos. Todos estos aspectos los trata con gran esperanza y dando ayudas pastorales para afrontarlos en este tiempo. Debemos y necesitamos todos los cristianos recomenzar desde Cristo, a través de la Eucaristía, para que de esta manera no seamos influidos por los efectos de la globalización y medios de comunicación que lo único que hacen son distraernos del centro de la vida cristiana.

Situándonos en la segunda parte, nos proponen preguntarnos como Tomás: “¿Cómo vamos a saber el camino?” (Jn 14, 5). Jesús mismo se encarga de respondernos provocándonos a seguirle, “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Pero este seguimiento al que él nos invita es para que con gozo y dinamismo, sintiéndonos hijos amados y acompañados por él, nos enfrentemos dando soluciones cristianas a esta sociedad que se sitúa en un sinsabor de la vida, sin esperanza, idolatrando bienes terrenales, individualismos, en fin, estructuras de muerte. Nos dicen que nosotros, los misioneros del Señor, debemos preocuparnos por una formación permanente animada por el Espíritu Santo, transmitiéndoles nuestra experiencia y nuestro testimonio de vida para que al fin ellos crean, y les sea devuelta por medio del Espíritu Vivificante la fe que muchos han perdido.

La tercera parte está íntimamente conectada con la segunda debido a que hemos sido llamados y formados para él. Luego de este itinerario, él se encarga de introducirnos en la cultura de los pueblos y comunidades para anunciar y hacer llegar el mensaje de salvación (Kerigma), siendo testigos de su amor más en las obras que en las palabras, devolviéndole así la dignidad al ser humano que se siente desnudo y sin protección ante tantos estilos de ser y de vivir que nos presenta nuestra cultura actual, que acrecientan el vacio de la persona humana.

APORTE PERSONAL

“Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado” .

Creo que estas son las palabras con que cada persona que lea el documento de Aparecida debe identificarse ya que es en realidad un tesoro incalculable que los Obispos, en compañía de S.S. Benedicto XVI, nos ha querido regalar a las comunidades de América Latina y del Caribe.

En este “tratado”, si se le puede llamar así, nos han dejado ver sus preocupaciones por la Iglesia Latinoamericana y del Caribe, recordando siempre que la esperanza está puesta en el que nos ha salvado por pura iniciativa suya. No por esto deja de alentarnos en un camino lleno de alegrías y gozos, invitándonos a un proceso de seguimiento más cercano como lo hacían sus discípulos, que los llamó para que estuvieran con él. Nos motivan pues, los obispos, a ser discípulos y misioneros del Señor, tal como lo fueron sus apóstoles en sus inicios que caminaban de la mano con el Maestro.

Pero debemos partir de que “Jesús Maestro” es el que nos llama por pura iniciativa suya, y en un acto de libertad, respondemos a ese llamado en una entrega absoluta con todo el corazón y con toda el alma. El reconocer a Jesús como Único Maestro solo es posible gracias al Espíritu Santo que se ha derramado en nuestros corazones.

Mientras me leía un librito, cada vez que salía a tocar la campana para el cambio de clases, de Mons. Luis Augusto Castro, Arzobispo de Tunja, acerca de la inteligencia espiritual, me llamaba mucho la atención como me hablaba del encuentro con Jesucristo vivo por medio del Espíritu Santo, que, según Aparecida nos presenta en 5 palabras: fascinación, atracción, admiración, asombro y estupor.

Estas palabras quisiera ampliarlas un poco más ya que han causado en mí una gran admiración:

1. Fascinación (DA 21): el Diccionario de la Real Academia Española dice que es una atracción irresistible. Es la sabiduría de sus palabras, la bondad en su trato y el poder de sus milagros los que siguen suscitando y despertando un asombro en las personas y jóvenes el día de hoy. Al salir de las tinieblas y de las sombras de muerte , nuestras vidas adquieren una plenitud extraordinaria: la de haber sido enriquecida con el don del Padre. Viviendo en nuestro tiempo un poco difícil de evangelizar, atravesamos estos caminos que algunas veces nos desalientan, sin olvidar nunca el encuentro más importante y decisivo en nuestras vidas que nos había llenado de luz, de fuerza y de esperanza: el encuentro con Jesús, su roca, su paz, su vida.

2. Atracción (DA 159): Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor. Y nosotros hemos creído en el amor de Dios: esta debe ser la opción fundamental en nuestra vida . Lo más importante es que es Dios quien nos ha amado primero (1Jn 4, 10), ahora el amor no es solo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro . La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Jn 13, 34).

3. Admiración (DA 136): por su llamada y su mirada de amor que él nos hace, busca suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más intimo de nuestro corazón de discípulos, una adhesión de nosotros hacia él, al saber que Cristo nos llama por nuestro nombre (cf. Jn 10, 3). Es un “sí” el que le damos haciendo uso radical de nuestra libertad, conscientes y maduros para poder completar diciendo: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9, 57)

4. Asombro (DA 277): El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía a sí, llenos de asombro. Seguir al Señor es fruto de la gran fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discípulo es aquel que vive apasionado por Cristo, a quien reconoce como el maestro que lo conduce y acompaña.

5. Estupor (DA 244): el DRAE nos presenta este significado como una disminución de la actividad de las funciones intelectuales, acompañada de cierto aire o aspecto de asombro. Podemos decir que esto es lo mismo que sucede con aquella experiencia de los primeros discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo como los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus corazones. En esto consiste la naturaleza del cristiano, en reconocer la presencia de Jesús y seguirlo. Toda esta experiencia comienza con una pregunta, pregunta que la sociedad actual sigue sin identificar ni responder y muchas veces sin proponérsela en su proyecto de vida, “¿Qué buscan?” (Jn 1, 38). El mundo se siente desorientado, vive sin sentido, sin saber hacia dónde se dirige, hartándose de un materialismo que excluye radicalmente la presencia y acción de Dios, que es Espíritu, en el mundo y en el hombre . Este materialismo aceptado en cualquiera de sus versiones, significa la aceptación de la muerte como final definitivo de la existencia humana . No podemos desalentarnos, sino darle gracias a Dios y a la Bienaventurada Virgen María por permitirnos haber nacido en este continente americano que como dice el Papa, es “el continente de la esperanza y del amor”. Agradeciendo también a nuestro creador como discípulos y misioneros porque la mayoría de los latinoamericanos y caribeños están bautizados, y esto nos ha hecho miembros del Cuerpo de Cristo. No quisiera terminar sin antes dejar propuesto el llamado que nos ha hecho el Papa Benedicto XVI para mirar y contemplar al futuro con esperanza y alegría: “!Solo de la Eucaristía brotara la civilización del amor que transformará Latinoamérica y El Caribe para que además de ser el Continente de la esperanza, sea también el Continente del amor!”

“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” .



JUAN ALBERTO GIRALDO ARISTIZABAL